martes, 2 de agosto de 2011

El desboque de la bruja y el diablo

Erase una vez una bruja de colmillos de Luna, de piel de noche cerrada en paisaje desierto. Erase una vez una bruja descalabrada del cielo para salvar a aquel pobre condenado. Hilandera de palabras que robaban almas al infierno, enredadera de pulmones con la respiración hace tiempo sostenida.

Erase una vez un pobre diablo, vagando sin rumbo, caminando sobre la hojarasca que sudaba el otoño al caminar. Un demonio con los engranajes llenos de soledad, con las tuercas oxidadas de tristeza. Un diablo con todos los tornillos perdidos, con una vuelta de rosca de más. Con demasiada cerveza empapando su estómago de hierro.

Erase un impacto planetario, el choque de dos galaxias en espiral, mil vueltas de campana siderales. Erase una vez un viento huracanado, una maldición de diablo, un hechizo de bruja, un amor imperdonable entre dos mundos contrapuestos, entre pensamientos contradichos, entre mordiscos entrecortados.

Y erase que el diablo solo descansaba a calmar los mil infiernos de la bruja, a dormirse sobre sus pesadillas, a darle más calor del que se desbordaba por todas partes, a saltar los puntos de todas las heridas que el tiempo había abierto, para cerrarlas de golpe con antorchas de mil dedos.

Porque erase que la bruja solo necesitaba subirse a la silla para desenredar las estrellas, y solo se desencaramaba de la cama para dejarse arañar por la Luna. Y se dejaba besar hasta que temblaba el aire de la envidia, para que girara el viento intentando imitar a su pelo.

Porque el diablo quería encontrar el material del que se había forjado su bruja. Pues estaba hecha con algo mejor que el fuego de las energías imperecederas, con algo más extraño que el acero que brilla en el fin de cada supernova. Su piel era cuero curtido por un desliz de las gotas de lluvia. Y sus labios dos mares que no se dejaban ver en los mapas, pero que el condenado atravesó mil veces sin corriente ni alisios, sin timón ni brújula ni rumbo establecido por viejos navegantes.

Su alma el corazón del diablo, ahumado y cortado en tiras, para que lo devorara como ella quisiera, para darle y quitarle la vida, para que escribirle con tinta y sangre lo que sus deseos le ordenaran. Desde el más oscuro de los odios hasta el más tierno de los cuentos de hadas.

Y su voz no era para él sino el rolar del motor de la vida, el empuje del oxígeno por las carreteras del destino. Y su risa la cuerda que tira de la luz del Sol para arrebatársela al horizonte, y las carcajadas mil fuegos artificiales alumbrando los miedos. La razón del tembleque de los huesos, el sudor repiqueteando en las sienes, el tartamudeo de la saliva al contemplar su boca, el elixir de la vida, el desvelo en su propio funeral.

Por último sus ojos, un error en la monotonía del círculo cromático, un eclipse de aurora boreal, la extraña belleza de las tormentas de verano. Un atardecer en un arrecife de coral, el frío en el desierto, las quemaduras de los copos de nieve. La contradicción del tesoro de un dragón, que no puede ser vendido, que no puede dejar de ser observado. Eran el privilegio que pocos segundos otorgan, las gemas mas curiosas ocultas en un cofre de pestañas.

Así erase una vez un ansia desbocada, un desvivir inmortal, un vicio incorregible, unos héroes enloquecidos, una derrota frente a las las sábanas. Erase una vez los malabares con los días libres, un despertar sin fin, una primavera incombustible, un invierno sudoroso. Erase una vez el cuento de la bruja y el diablo, erase una vez un final inacabado, una historia nunca escrita, una mirada boba y unas palabras enmudecidas que prometen continuar.