sábado, 18 de diciembre de 2010

Déjame entrar.

Déjame entrar.

Déjame descubrir tu noche y quitarle las nubes. Llenarte de estrellas de sudor y descargas eléctricas. Déjame desempañarte esa tristeza sin lluvia ni truenos desconsolados. Déjame abrigarte de ese frío que te ahoga por dentro y refrescarte de esos yermos desiertos que guardas en tu interior. Déjame llevarme los granos de la soledad con mi brisa de palabras sin sentido aparente.
Déjame entrar y llegar al principio de todo, déjame descubrir tu mundo y llenarlo de silbidos de viento, y hacerlo girar en la dirección equivocada. Déjame colocar los pájaros de tu cabeza pluma a pluma, beso a beso. Déjame provocar un oleaje violento y rizado en tus ideas, déjame aferrarme a los pensamientos que se descuelgan de tus sienes y dejarme caer por la cascada de tu espina dorsal.

Déjame entrar y asomarme a tus pestañas, déjame mirar directamente al verde de tus soles, al menos cinco segundos, o tres o dos instantes, o lo justo para poder quedarme ciego. El tiempo suficiente para volverse loco. Déjame sumirme en tu negrura de melena hasta eclipsarme. Déjame tener miedo de ser libre. Libre de la jaula de tus párpados entreabiertos y de los barrotes de tus miradas de reojo. Déjame echarte de menos cuando aún no ha llegado la despedida. Déjame convertir los días en horas y las horas en estrellas fugaces y únicas.
Déjame ser un cobarde por no poder saltar fuera de tu ser, déjame ser temerario y arrojarme a tu vacío y llenarlo de todo lo que soy.

Déjame entrar más y más. Déjame entrar y quedarme. Déjame encender la oscuridad que duerme entre tus piernas. Déjame despertar los sueños absurdos que te arden en el pecho. Déjame apagar tus vicios con otros que sean más peligrosos y adictivos. Déjame alimentar tus obsesiones con los delitos que aún nadie ha escrito. Déjame contaminarte un poco con mi maldad de perro callejero, mientras me bebo gota a gota tu bondad infinita.

Déjame entrar, y quedarme, hasta que me agotes la eternidad, hasta que no queden más sonrisas tras las esquinas de tus labios, hasta que ardan nuestras enredaderas de dedos y sólo nos queden las cicatrices sin puntos de sutura, y las sombras de las raíces de los árboles.
Déjame zambullirme en tu ombligo y tapiarme la conciencia, y coserme tu piel hasta olvidar que un día fui sin ti. Déjame una vez , y otra y otra más, déjame esta vida y todas las demás.

Déjame entrar.

lunes, 6 de diciembre de 2010

Los muertos

“un cementerio no es más que una extensión de tierra repleta de cadáveres en descomposición. Y una lápida? Una lápida no es más que la piedra para saber que cadáver en descomposición hay enterrado en cada sitio”

Mario Sánchez
http://susurrosentrelatinta.blogspot.com/

Esta es la historia del fin de la vida. La historia de los días en los que miraremos al cielo sin descanso, y con nuestros párpados cerrados. Es la historia de las ratas y de los árboles guardianes. Cuando lleguen esos días devoraremos la lluvia sin descanso y disfrutaremos haciendo crujir nuestras almas de tierra y gusanos. Los cuervos nos pasarán lista y los conejos se darán cuenta de que ya no hay más país de las maravillas. Entonces sonreiremos desde el otro lado, sonreiremos a todos los que desperdician su vida observando los nombres de los que ya se marcharon, bailando sobre un montón de códigos de barras de roca y musgo, con los que ni los gatos negros ni los espíritus de los que jamás se marcharon se paran a perder su tiempo eterno. Entonces el verde de nuestros ojos formará parte de las hojas de los árboles y el amarillo del alcohol que se filtró en nuestras venas estallará en mil primaveras cada vez que nos desvanezcamos un poco más de este mundo. Pensaremos entonces en toda la vida que quemamos hasta los cimientos, y en todos los recuerdos de aquellas bocanadas de aire que no llegamos a masticar por completo. Pensaremos en los errores que no cometimos y en los accidentes con vueltas de campana contra la realidad.
Y no nos levantaremos todos, porque seguro somos más y ahora es vuestro turno. Vuestro turno, vuestro momento en vuestro lugar. Es vuestra oportunidad para dejar de arrancar a los otros el único deseo que nos dio el genio de la lampara del ser. Porque en cada uno de vosotros se cruzaron los hilos del aire, el fuego, el agua y la tierra. Y el del destino, y el del tiempo y el de un montón de almas perdidas que como vosotros sólo buscaban un espíritu al que aferrarse para no hundirse en la soledad. Es vuestra vida, así que atragantaros con ella hasta que no soportéis más las arcadas de felicidad y ya hayáis vomitado un poco de vosotros mismos en cada milímetro que quede a vuestro alcance.

Mientras, nuestros pulmones serán pasto de los gusanos y devolverán todo el aire que tomaron a los tornados y las tormentas, y los pájaros podrán volver a alzar el vuelo. El valor de fuego que nuestros corazones desperdiciaron en cualquier rincón oscuro de nuestro pecho será lanzado al espacio, para que lo cojan las estrellas, o los rayos de Sol con las bombillas fundidas o cualquier viajero perdido que necesite un poco de calor y de latidos nerviosos para atreverse a seguir navegando. Y nuestros pies serán todos los caminos que queden por recorrer y todos los malditos rumbos que sigan los barcos ala deriva. Y nuestra sangre se filtrará en la tierra y hará correr los ríos, de tinta para seguir imaginando y de aguas cristalinas para seguir aguantando al respiración. Hará morder a las manadas de lobos mientras, en las antípodas del mundo, un niño no sabe que decir al ver su vida clavada ante su mirada, así que decide llorar.

Entonces daremos todo lo que nos quede por dar, y a cambio tomaremos una pizca de luz de Luna y de atardecer, y con ella haremos crecer la hierba y las ganas de las ramas de los árboles de llegar al cielo. Y los perro aullaran en nuestro honor y los hombres bailarán alrededor de las hogueras. Y los muertos seguirán viviendo en el mundo y el mundo seguirá viviendo de los muertos.

Esta es la historia para el que viaja entre mundos que aún no han sido creados y los que se destruyen cada vez que se terminan las acuarelas; esta es la historia de los vivos y de los muertos, para el que que hace que muertos que nunca existieron estén algo más vivos y que hace que a los vivos les valga la pena estar cada día un poquito más muertos.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Otra mañana

Otra mañana repleta del parpadeo de yunques, otro amanecer con ganas de atardecer y de telarañas de sábanas. Otra vez el colchón de faquir grapado a mi dolor de espalda y los martillazos adictos a mi dolor de cabeza. De nuevo una mañana en la que no paran los sueños a ráfagas ni los bostezos de repetición. Simplemente otra mañana.

Otra vez ese viento helado de agua oxigenada y esa noche medio desteñida que no termina de hacerse invisible. Otra vez la jodida corriente de fantasmas que se chocan contigo sin mirarte siquiera, pensando que aún te pueden atravesar, con sus cadenas de escaleras mecánicas y su purgatorio de estaciones de metro. Otro tren harto de su ruta establecida, enganchado a los intentos de trompos y tirabuzones. Y mi estómago vacío le sigue con vueltas de campana de aroma de café.
Otro vagón dudoso de avanzar, que se sienta a pensar en la oscuridad. Otra vía recta con ganas de reptar.

Y se repiten las filas. De nubes y de árboles y de muros garabateados de graffiti . Y de mentes en día nublado, almas en bosque sin caminos y corazones buscando su propio color.

Todo continúa su curso interminable y continuamente colapsado. El tiempo se atasca y corre a trompicones y los segundos me resbalan de las sienes y se me pegan a las suelas de los zapatos. Me gritan que pare, que quieren observar el paisaje, disfrutar de la vida que pasa con ellos tras la ventana. Que quieren acabar con el ogro del destino, con sus antorchas de relojes de arena y con sus garrotes viles de manecillas giratorias; que ahorcan poco apoco hasta azular la piel del cielo y hacer salir a la Luna de su órbita.
Y mientras tanto el agobio y la agonía de querer seguir durmiendo empaña los cristales y el vaho de la inconsciencia me corre las persianas de pestañas. Las retinas se apagan y se vuelven a apagar, parpadeando con cada uno de los estertores del despertador.

Así que vamos a echar el ancla en el fondo del pecho, que ya se oyen los tesoros marinos de tu recuerdo de ojos verdes y arena de mejillas de aguas cristalinas. Y tu melena de arrecifes de coral me hace encallar sin solución.
Así, finalmente, las palabras son arpones y quieren cazar a las ballenas de tus deseos, hasta que sólo queden tus abrazos de sirena silenciosa flotando a la deriva, hasta que me atrapes para siempre. Hasta que de nuevo, otra mañana de resaca de pesadillas y de náuseas de insomnio, tu marea me empuje a seguir despierto.