viernes, 4 de febrero de 2011

(Des)cosiéndome

Se arroja el tiempo a la cesta de la ropa, que le hace falta un buen lavado, para que deje de extender el polvo entre los huesos. Y suavizante, para que las sierras de segundos no desgarren ni piel ni alma.

Los ojos en el perchero, junto a las luces encendidas y los párpados demasiado abiertos. Para fundir un poco la realidad y dejarse cegar por las ideas inconexas.

El cuero cabelludo sobre la mesa, que ya se ha curtido suficiente por hoy. Demasiados datos que no sirven para nada. Insuficientes dudas existenciales. Siempre pocos recuerdos de vaho e innecesaria responsabilidad.

El crujir de las articulaciones se guarda para otro momento. Los músculos sisean, desperdigados por el suelo, reptando para atrapar los ratones del aliento contenido, y los pájaros de la escarcha de lo que siempre falta por decir.

Y las arterias en una caja de espirales, a una guitarra y dos calles de distancia del corazón, que siempre se queda con quién más lo quiera.

Los pies se arrugan por el agua de lluvia, de tanto andar por el cielo, de tanto no saber encontrar tierra firme en ningún mar, de tanto no poder escapar de los charcos de dudas que trajeron los truenos de silencio.

Para acabar me libero de esas malditas cadenas. Esas malditas cadenas tejidas con tus palabras, cosidas con tu voz, que me ahogan y me desintegran, que me reconstruyen y me fijan de nuevo todos los pedazos de porcelana, que me recogen de entre los azulejos y me cuelgan de las manchas de humedad. Roto en voceos de pegamento. Son las ataduras que me amoratan el cuello, sin que me importe. Son las esposas que seccionan mis muñecas, hasta que sangro deseo con posos de miedo.
Deseo de disolver todos los misterios, de que vuelvas cuando sigues a mi lado. De que digas todo lo que sólo escribes, y de que escribas todo lo que pienses.
Miedo, de que me perdiera por el camino de lo que digo, hasta morir en el bosque lo que no hago. El miedo que produce el ácido de olvido que me corroe todos los recuerdos, que lo llena todo de los espumarajos de mis errores y de mi insensibilidad.

Entonces me abrazo al candado de tus suspiros que me encierra el desvelo, y me arropo con tu perfume de promesas. Y dejo que sea el sonido de tu cuello sobre el mío el que me cuente el último cuento de esta noche. De esta noche sin estrellas ni luna, sólo pereza y esperanza. Sólo un corazón volcado sobre las sábanas y la memoria de tu pelo entre las mantas para poder conciliar el sueño.

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