sábado, 11 de septiembre de 2010

Cuentos de Tren VII (El pájaro violeta del fin del mundo)

En un lugar el tiempo carece de sentido, los relojes no tienen ni números ni agujas ni arena y los astros reinan, petrificados en el cielo, atados a los hilos de un titiritero que murió hace ya mucho tiempo.
En ese lugar, el pájaro violeta inventa sus melodías de silbidos y recuerda lo que pudo suceder hace un instante o hace un milenio.

En ese lugar, donde las palabras se disparan con arcos de garganta y se clavan en las trompas de eustaquio. En ese lugar donde su significado se desperdiga entre las curvas del córtex cerebral para no volver a ser jamás el mismo. En ese lugar el pájaro violeta, de ojos verdes al mirar el Sol y azules al observar las estrellas y la Luna, intenta alzar el vuelo para descolgar los astros o revivir al titiritero. Para que mueva el cielo, para que la Luna sobre el Sol y el Sol sobre las estrellas tiñan sus ojos de un nuevo color. Que ya está harto de mirar al infinito para que siempre sean distintos: uno azul y el otro verde.
En ese lugar, donde el caos ya no sabe dónde caer muerto y el movimiento ha tapiado las ventanas con desesperación, el pájaro violeta le deja al primero llenar un poco de sus sistema nervioso, para no dejar de soñar. Y al segundo le deja mirar a través de sus costillas, para que el corazón no deje de latir.

En ese lugar maldito, el pájaro violeta, ahogado en su soledad, enciende una vela cada vez que sus ojos cambian de color. Una vela con cera de las abejas que aún no duermen, cordel del que le ata a la vida y fuego del valor anudado en los recovecos de su estómago.
Con esa vela pide un deseo y con ese deseo un mundo nuevo. Un mundo donde los mares tengan sus olas y el aire sus vientos y los vientos sus tornados. Un mundo en el que ningún horizonte sea igual al anterior, con días y noches y con amaneceres al despertar y atardeceres al caer dormido. Un mundo con mil nuevas nubes en cada bocanada y con tantos rayos como latidos tiene un corazón.

En ese lugar maldito, el pájaro violeta enciende una vela tras otra, quemando lentamente su cordel de vida, en un agónico suicidio por la libertad.
En ese lugar sus garras se van hundiendo en el suelo, buscando un lugar en el que esconderse. Sus plumas se van congelando y su piel se va desprendiendo de la carne y de los huesos. El esqueleto se alza hacia el cielo, y se arruga y se hace roca. Y sus ojos estallan en sus cuencas y le envuelven en llamas verdes y azules.

Así, en un lugar maldito por la muerte de lo que hace al cosmos, cosmos. En un lugar sin tiempo ni cambio, nace un árbol de hojas violetas y flores azules y verdes. Con las ramas atrapando la cima de las montañas entre las nubes y las raíces abrazando el centro de la Tierra.

En ese lugar, un árbol de hojas violetas y flores verdes y azules, deja mecer sus ramas al viento mientras las últimas luces del atardecer se apagan en el borde del mar; que empieza a reflejar las estrellas.

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