jueves, 9 de septiembre de 2010

Cuentos de Tren VI (La soledad del creador de sueños)

Un ser de cuatro rostros y dos cráneos se alza de su telaraña de conexiones nerviosas.
Cuatro ojos mirando el inicio de un largo viaje y otros tantos al final. Un total de ocho pupilas observando el mismo punto del espacio, de donde parten sus huellas y a donde se dirigen sus pasos.

El cuello es de leopardo, con manchas de posos de te, que sólo son capaces de mostrar el pasado. Y la columna vertebral ya sólo sostiene una piel de serpiente incapaz de mudarse ni de proteger de la lluvia.
Mil alas, hechas jirones de tanto intentar alcanzar el Sol. Y costillas sujetas con alfileres, oxidados de tanto respirar y querer doblar el viento a bocanadas.

El corazón está al otro lado de una puerta de leones y lapislázuli. Y los intestinos no son más que un montón de ataúdes, formando un laberinto y guardando en su interior los cadáveres de las palabras que jamás se dijeron, y que murieron de silencio en la punta de la lengua.

La cadera es ya sólo polvo y restos de bailes de máscaras, y giros sin sentido en todas direcciones. Y las rodillas son lo único que queda de un mundo que las tibias se esfuerzan por seguir sosteniendo.
Y los pies no tienen ni tatuajes ni mapas ni ángeles guardianes que les guíen, así que han rascado el fondo de sus bolsillos buscando suficiente calderilla y gramos de chocolate para comprarle a Hermes los zapatos y la mira telescópica al destino.

Así, un ser de cuatro rostro y dos cráneos, se alza de su telaraña de conexiones nerviosas y empieza a gritarle a las paredes todo lo que ha soñado y lo que desearía pensar. Un ser con mil alas, cuello de leopardo y piel de serpiente lanza cuerdas vocales al infinito, abraza el vacío y llora entre susurros lo que nadie jamás podrá escuchar.

Y, como todas las noches, en un último deseo de luz de Luna y estrellas pide que alguien le escuche y, en un último bostezo de oscuridad y cansancio acumulado, te tiendes a dormir, y a cazar todos los sueños que el Ser no consiguió guardar en su telaraña.

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