lunes, 1 de noviembre de 2010

En el fin del mundo

Y cayó la Tierra. No más rifles, no más sables ni gritos de pánico. No más balas, no más niños matando a padres ni padres enterrando a hijos. No más ciudades ni montañas de humo, no más ríos de ácido ni lluvia de sangre. Sólo cimientos.

Porque cayó la Tierra. Y se llevó las palabras, y los besos y las carcajadas sin consuelo. No más globos de agua, no más muñecas durmiendo protegidas por las noches, ni niños abrazando sus peluches. No más castillos de arena ni nubes de burbujas, no más mares de tinta ni tornados de témperas. Sólo silencio.

Porque cayó la Tierra. Y no dejó nada entre el cielo y el infierno. No más almas en pena que proteger. No más espíritus malditos por los que luchar. No más sentimientos, no más pecado.

Y entonces los ángeles se quedaron solos, sin nadie a quién guardar. Y los demonios cayeron en la miseria, sin nadie a quién condenar. Y en el cielo la luz de Dios empezó a oscurecerse y en el infierno Lucifer perdió las ganas de reducir el mundo a cenizas y materia oscura.

Y Dios se marchó, ya nadie le observaba, ya nadie intentaba escucharlo ni enviarle plegarias. Las bestias jamás tuvieron alma, no le necesitaban. Los océanos no cesarían su oleaje si Él se marchaba. Ni las hojas de los árboles ni la escarcha en las montañas dejarían de ser sin la presencia de su mirada celeste. Y así, sin una oscuridad a la que temer, sin una victoria por la que rezar y sin viajes que proteger con oraciones, Dios se marchó para siempre. Pues ya nada quedaba de esa gota de sí mismo que un día vertió en cada mente humana y que le mantuvo vivo, gracias al precioso don de otorgar la vida y guardar las almas por toda la eternidad.

Y Lucifer huyó, se despeñó por los límites del universo. Sin nadie a quién infundir temor, sin nadie a quién corromper, sin nadie a quién castigar. Se quedó sin sus pecados. Ya no le quedó ninguna Luz, ningún poder que envidiar, la lucha por los mortales había terminado. Se terminó la soberbia, sin un Dios al que considerar inferior. No había ya avaricia en su gélido corazón de magma, pues todo lo que valía la pena poseer y controlar había sido ya defenestrado hacia el abismo del no-universo. Ansió hacer cualquier cosa por dar sentido a su oscura existencia. Abandonó la pereza y sustituyó la ira por la agonía de la tristeza. Y ya ni la gula ni la lujuria pudieron ser saciadas con ningún siniestro poder, ni con ningún deseo de carne. Pues sólo quedaba la nada para satisfacer el hambre.

Entonces apareciste tú, en medio de ese lodazal de ángeles perdidos, condenados a soportar su eterna e insulsa existencia hasta que sus alas se fosilizaran en el paso del tiempo, y pasaran a ser parte de las cumbres de las montañas y de la corteza de los árboles. Apareciste de entre las sombras de ese apocalípsis silencioso. Con tu luz de ángel ya mortecina y tus alas rezumando lágrimas junto con gotas de dolor y arena de eternidad. Un ángel como cualquier otro. Un ángel sin sexo ni deseo alguno. Un ángel de ojos verdes de tanto reflejar el paraíso. Un ángel de melena de olas de mar y pestañas de corrientes marinas. Con labios de agua dulce y terremotos, y voz de cantos de sirena y aliento de dragón. Un ángel lleno sólo con el pequeño frasco de amor que Dios le otorgó en su creación y que ahora se desquebrajaba sin la presencia de vida humana a quién entregárselo.

Y decidiste fijarte en mí, en el más pobre e insignificante de los diablos. Desquiciado y loco. Con temblores que hacían retorcer mis huesos y sudores fríos que calaban mis vértebras. Los cuernos quebrados por los deseos de quebraderos de cabeza y las alas descosidas y la cola deshilachada. Elegiste al que ya no le quedaba oscuridad para dar, pues la que le restaba lo estrangulaba por dentro, apuñalando fríamente sus pulmones. Al que ya no podía infligir más miedo ni gritar más odio, pues de miedo y odio eran los alfileres de hielo que lo destripaban sin cesar. Elegiste al ángel caído que más se hundió en el fango, al que no se atrevía ya a alzar la mirada, que no quería hablar ni oír. Al que sólo le quedaba la soledad.
Me elegiste a mí, clavando el filo de tus pupilas detrás de mis sienes, decidiendo morir. Te lanzaste al vacío que ahora ocupaba el espacio entre cielo e infierno Me obligaste a alzar el vuelo en tu busca, a hacer jirones lo que quedaba de mis demoníacas alas, a desgarrar a todo engendro que si interpusiera ante mí. Me obligaste a matar. Y, mientras mi piel se convertía en en polvo de nada, tus alas se deshacían en llantos de plumas y empezaban a brotar lágrimas de tus ojos y a arder pasiones tras tus costillas. Y yo deseaba decirlo todo y verlo todo y escuchar a cada átomo vibrar. Pero sobraban las palabras que no paraban de reventar en arritmias y colapsos cerebrales, y nudos en la garganta.

Y en medio de aquella inmensidad ya no quedaron alas con las que volar, ni piel, ni nada que decir
Y sólo hubo dedos arañando la carne con infinito amor, y mandíbulas anclándose a los labios y saliva corriendo por las venas y sangre acurrucada debajo de la lengua.

Y ,en medio del vacío, en medio de nada, en medio de un mundo sin mundo ni Dios, ni pecados; entre el cielo y el infierno; el más bello de los ángeles se unió al más miserable de los diablos. Y por sus arterias fluyó la misma luz y el mismo aire lleno sus pulmones, y una sola mente decidió dejar de pensar y dejarse llevar. Y sus labios se cosieron hilo de sueños. Y se abrazaron con el manto de la cúpula celeste bebiéndose la vía láctea. Y diablo y ángel fueron uno y estallaron en llamas de vida, y prendieron el mundo,y la tormenta lo llenó todo de viento y rayos.

Y de nuevo surgió la Tierra. Una Tierra por la que valía la pena matar, una Tierra por la que valía la pena morir. Una Tierra por la que valía la pena ahogarse y hundirse para siempre en el abismo de una nueva eternidad.

2 comentarios:

  1. Ya era hora de que pusieras algo nuevo!!! como siempre brutal, el último parrafo en especial me mola bastante!

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  2. gracias Mario!!^^ Pero no me presiones, que no todos podemos ser máquinas de crear!XD

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