jueves, 26 de agosto de 2010

Cuentos de Tren IV ( Monstruos de olas y espuma)

Te asomas por la borda con intención de saltar, patinas sobre gaviotas y dejas que el Sol tatúe espirales de tus codos a tu garganta y barcos de tu pecho a tu obligo, donde se pierde el rumbo y el sentido común.
Las olas se quedan quietas y dejan que sean tus ojos los que ondeen y cambien de color.

El tiempo pasa de largo y el atardecer ni se despide de ti, pero no les necesitas, porque tú sólo esperas las estrellas.

Miras a las nubes y el temporal grita y tiembla de miedo y se retuerce de dolor. Y la atmósfera sólo puede resoplar para desenredarte las neuronas y aclarar un poco tus ideas de melena.

Sigue nadando el mar en su propia espalda, hundiendo su cráneo de superficie entre la fosa abisal de sus clavículas y los arrecifes grabados de sus hombros. Tú buceas, remando con los labios y empuñando tu lengua de cuchillo, que en este océano los tiburones no sueltan a su presa y te llevan consigo a dormir y a velar tu sueño y a despedazar tus pesadillas.

El navío sigue adelante, pero tu decides naufragar. Visitas esas islas llenas de árboles y de recuerdos y tallas un poco de madera de olvido. Y fabricas tu propia nave de memoria y recorres todos los rincones de este archipiélago con fecha de caducidad, bajo en grasas y algodón de azúcar.

Así engulles viejas imágenes, revelas nuevas verdades y descubres desgastadas mentiras. Que ni el rencor ni el odio enfocan bien este objetivo de lentes de párpados cerrados. Que ni la esperanza ni la imaginación podrán borrar nada.

Que tú eres como te crearon los cantos de sirena y las corrientes marinas. Y las voces son de mar y las figuras de gaviotas.

Y los monstruos son de olas y espuma.

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